29:12-40 Poco despuĂ©s del dĂa de la expiaciĂ³n, el dĂa en que los hombres debĂan afligir sus almas, siguieron la fiesta de los TabernĂ¡culos, en la que debĂan regocijarse ante el Señor. Sus dĂas de regocijo iban a ser dĂa de sacrificios. A disposiciĂ³n de ser alegre nos hace el bien, cuando se anima a nuestros corazones en los deberes del servicio de Dios. Todos los dĂas de mora en las cabinas deben ofrecer sacrificios; mientras estamos aquĂ en un estado tabernĂ¡culo, es nuestro interĂ©s, asĂ como nuestro deber, constantemente para mantener la comuniĂ³n con Dios. Los sacrificios de cada uno de los siete dĂas que son nombrados. Cada dĂa tiene que haber un sacrificio por el pecado, como en las otras fiestas. Nuestros holocaustos de alabanza no pueden ser aceptados por Dios, a menos que tengamos un interĂ©s en el gran sacrificio que Cristo ofreciĂ³, cuando se hizo una ofrenda por el pecado para nosotros. Y no hay servicios extraordinarios deben dejar a un lado las devociones establecidas. Todo lo que aquĂ nos recuerda nuestra pecaminosidad. La vida que vivimos en la carne debe ser en la fe del Hijo de Dios; hasta que nos vamos a estar con Ă©l, para contemplar su gloria, y alabar su misericordia, que nos amĂ³ y nos lavĂ³ de nuestros pecados con su sangre. Al cual sea la honra y la gloria por los siglos. AmĂ©n.
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